De la opinión pública a la opinión de los 140 caracteres

El concepto opinión pública me ha parecido siempre muy interesante al grado de, incluso, sobreestimarlo. Hace algunos años escribí algunas líneas al respecto y me parecía, de modo ingenuo creo, que la OP debía contener al menos dos aspectos: a) el elemento cognoscitivo y b) el sentido moral. En mi perspectiva estaba muy claro que la OP debía contener características de un saber y no cualquier clase de saber, sino un saber con fundamentos, bases, criterios, argumentos, que en la arena de las discusiones encontraran tierra fértil para el debate y, si fuera posible, arribar a posibles acuerdos. No bastaba, empero, con llegar a acuerdos. Según entendía, la OP debía orientarse por un cierto rasgo moral, es decir, por un rasgo de un saber hacer con la información que se sabía.
Ésta era una responsabilidad fundamental en la vida moderna: no bastaba con saber sino también con saber hacer de acuerdo con criterios y parámetros ligados a una cierta definición de un modelo de vida humana con un sesgo hacia un marcado interés por el bien común. En este ámbito no solamente era importante la auto-conciencia o la importancia del yo, también jugaba un papel relevante la existencia del otro; es decir, la conciencia de la importancia de la existencia del otro, de los otros. Según esta versión, los espacios públicos, a pesar de la multiplicidad de sus voces, viviría el momento en que esas múltiples voces convergerían en un interés por aceptar la voz del diferente, del extraño, del que no piensa como yo. Esto, me parece, sería un buen ejemplo de civilidad, es decir, un ejemplo de cómo hacer evidente que se puede superar un estado de barbarie mediante el diálogo y el uso de la razón comunicativa. ¿Pero, qué ha sido de la OP?
Si la OP encontró un buen escenario para su evolución en el desarrollo del capitalismo, éste fue desarrollándose a tal grado que exigió un mayor desarrollo técnico y científico con tal de satisfacer las condiciones del mercado. El desarrollo de una sociedad “tecnificada” ha favorecido el crecimiento de gadgets y de instrumentos tecnológicos que, si por un lado, cumplen una función comercial y de negocios e incluso educativos, por otro, es evidente su gran impacto humano y social en términos de la minimización, en principio, de las facultades cognoscitivas de los seres humanos, así como también y esto como una de sus múltiples consecuencias: la pauperización de la opinión pública. Entre varias preguntas más, bien pueden hacerse, para polemizar un poco, las siguientes: ¿en qué momento y de qué manera twitter (140 caracteres) ha tenido un mayor impacto en la participación social y pública, desplazando así el papel de la lectura de los periódicos en la conformación de la paradigmática OP? ¿Es twitter casi como una versión cartesiana del “yo pienso luego existo” al “tuiteo luego existo”, como lo señala Umberto Eco? ¿Reflejan los twitters lo que somos hoy socialmente hablando?
Si pensamos que sí a esta última cuestión debemos reconocer que de modo lamentable estamos asistiendo, en amplios sectores de esta sociedad globalizada, -cabe decir que no todos quienes twitean lo hacen de manera pobre y estéril-, a los funerales del ejercicio pensante, constructivo y creativo, y con esto dando paso a la pobreza cultural, educativa, política, que tiene en la ignorancia y en la agresión sus mejores evidencias de que la barbarie y la total sin razón nos han copado, dejando poco o nada de margen a la imaginación propositiva y a ese ejercicio cognitivo que tanto requiere nuestra sociedad en este siglo XXI.